jueves, 12 de febrero de 2009

Una ciudad nueva


Todavía no había conseguido entender cómo había llegado hasta allí, cómo había sido condenada injustamente sin posibilidad de defenderme, ni cómo podía encontrarme atada a un palo en medio de la plaza de aquella ciudad sin haber hecho nada fuera de lo normal. La gente empezaba a reunirse a mi alrededor mirándome con cara acusadora, mirándome como si hubiese cometido la peor de las atrocidades. Cuando ya no entraba ni una aguja en la plaza, un hombre alto y musculoso que llevaba la cara tapada por una capucha negra, se aproximó a mí con una antorcha en la mano y entre los gritos eufóricos de la gente la tiró a mis pies. El humo empezó a invadir mis pulmones, la vista se me nubló y la cabeza me empezó a rodar. Todas aquellas personas de cara agresiva que gritaban palabras que no entendía, desaparecieron y en su lugar apareció el momento en que había llegado a la nueva ciudad. Mil olores y sonidos me invadieron, la gente corría arriba y abajo, vestidos con vestimentas un tanto extrañas, largas y abultadas faldas con ceñidos corpiños que impedían respirar con normalidad a las mujeres y unos pantalones y sucias camisas los hombres. Yo, sin embargo, llevaba unos pantalones, unas botas y una limpia camisa blanca oculta bajo una capa de viaje que impedía ver también la coleta con la que llevaba sujeto el pelo. Andaba entre la gente que gritaba ofreciendo productos a los clientes que corrían en todas direcciones, de repente una mujer chilló y cayó al suelo y un chico joven echó a correr, entonces hice lo que hacía siempre, elaboré un movimiento circular con la mano y señalé al chico, éste quedó quieto y lo alcé por los aires aproximándolo a mí, al tenerle delante, mirándome con cara de miedo le cogí la bolsa que sujetaba en la mano derecha y le solté, entonces echó a correr más rápido que antes, huyendo como si hubiese visto a un fantasma. Me acerqué a la mujer, la gente había hecho un corrillo a mi alrededor y me miraban con cara de horror. Alargué la bolsa a la mujer, ella me la arrebató de las manos y apretándosela fuerte contra el pecho gritó:

-¡Bruja!
No entendía que significaba aquello, pues no entendía el idioma, pero al acto todo el mundo se me tiró encima. Me agarraban las extremidades prohibiéndome elaborar cualquier movimiento. Un sonido de pasos metálicos se acercaban, delante de mí apareció un hombre que me agarró por el pelo y me levantó, no entendía nada. Otro hombre, de delgadez considerable, me ató las manos con una cuerda y me las colocó en una caja de metal. Acto seguido, me arrastraron delante de un hombre pomposo, cubierto de oro y diamantes sentado en un enorme sillón dorado. El hombre de metal se arrodillo mientras hablaba al hombre pomposo, entonces este dijo:

- ¡A la hoguera!

No entendía qué significaba aquello, pero el tono no me gustó. En pocos momentos me trasladaron a la plaza y me ataron al palo.

De nuevo tenía la gente ante mí. El humo se había convertido en fuego y este empezaba a aproximarse a mis pies. Entonces entendí que lo que para mí era normal quizá para ellos no, es decir, que su normalidad y la mía no eran la misma, aun así…, en mi ciudad cuando ayudabas a alguien, este te daba las gracias, ¡no te mandaba quemar! Sabía que la gente podía ser desagradecida, pero no hasta estos puntos. El fuego ya ardía a mí alrededor, lo único que notaba era el calor y los gritos de espanto que inundaban mis oídos. Entonces una ráfaga de aire frío. A paso ligero dejé la ciudad ardiendo a mis espaldas, poniendo rumbo a otra ciudad donde empezar de nuevo, pues, si era lo que ellos llamaban Bruja, no iba a dejar que me quemasen viva ¿verdad?


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